



El suizo Samuel Rimathé llegó a la Argentina en 1889 y en los siguientes veinte años documentó la terminante modernización argentina, visible en las grandes ciudades pero también la persistencia de conventillos y arrabales, el trabajo y la vida cotidiana. Constituye un testimonio elocuente y prácticamente ignorado de una sociedad cercana al Centenario, entre la tradición y el progreso.