



El supremo lector sabe, y ha sabido desde aquellos lejanos tiempos babilónicos cuando se construyó la Etemenaki (la Torre de Babel), que la ambición humana de erigir un edificio altísimo estaba destinada al fracaso, y que el castigo por esta ambición es la confusión de nuestras lenguas. Pero el fotógrafo Pablo Ortiz Monasterio no se propone hablar la lengua de Mao ni educarnos en cirílico; más bien, busca reconocer una especie de plasticidad -la caligrafía de la vida misma, por así decirlo- en la que los hombres y las mujeres son también una forma de escritura en sí mismos, son una serie más de líneas a través del lienzo de los mundos.