La obra de Cássio Vasconcellos es un poema de amor a la naturaleza; es una afirmación en la que el choque con la realidad da una impresión de gran romanticismo y pureza que está a punto de emerger, junto a una loca verdad, en la que todo se revela en el futuro del mundo. En una era de catástrofes, en la que está muy extendida la sensación de que el mundo está al borde de un precipicio, Vasconcellos se abre paso entre el vértigo de los tiempos atreviéndose a crear una obra para la eternidad, una tarea que parece pertenecer al dominio de las estrellas . La fotografía tiene el poder de llevarnos, aunque sea a la luz de una distancia infranqueable, al reino indeterminado de la fascinación, donde no existen medidas lógicas de espacio y tiempo. Pocos artistas han moldeado el alcance del arte contemporáneo e influenciado la fotografía en Brasil como Cássio Vasconcellos. Sus obras proponen un nuevo tipo de subjetividad asociada a un imaginario disruptivo sobre el papel de la fotografía, medio necesario para la urgencia del tiempo. El artista vive permanentemente al borde del abismo y en vértigo, tanto por el ángulo que elige como por el hibridismo experimental que dota a su obra de una potencia tan relevante. Estar al borde del riesgo es el punto de excelencia del arte, ya que indica el peligro y la brecha que marca la intrusión de la desgracia en la belleza perfecta. El fotógrafo nos lleva a un lugar de ensueño y fantasía, haciéndonos cuestionar la existencia de un paraíso perdido, un planeta en perfecta armonía. El bosque como parte de la naturaleza representa, en cierta medida, el llamado a los seres humanos a volver a los valores colectivos y a distanciarse de la máquina de la sociedad de consumo, permitiendo un momento de reflexión sobre uno mismo y nuestro lugar en el mundo. Incorpora también la grandeza de la naturaleza y del cosmos, como medio para buscar respuestas a los interrogantes sobre la fragilidad del hombre.