Desde las máscaras mortuorias en la Edad Media hasta la pintura en el siglo XIX y la fotografía en el siglo XXI, los retratos han sido la constitución tanto de un espacio íntimo como de un espacio de aparición bajo control social. Los retratos convierten el rostro, parte del cuerpo, en objeto de evaluación individual y colectiva. Buscan la composición y el desocultamiento del otro, que es una forma de control de la mirada. Según el filósofo Roberto Gambini**, autor de “El espejo indígena”, el hombre nativo brasileño “era un espejo en el que los jesuitas veían el lado feo de sus rostros. Decidieron entonces romper el espejo”. Aquí es donde vibra el retrato brasileño: parecerse o querer parecerse a alguien… Con gran esfuerzo, registrados en imágenes fotográficas en el país, en estudios ocultos, los retratos fueron pintados por artistas dedicados invertidos en blanquear mulatos, criollos, mestizos de diversas naciones. , migraciones y procesos de inmigración que componen la población del país. A través de estos retratos, se hace visible una de las paradojas de la formación del brasileño moderno. Por un lado, está la invitación a la confesión ya la expresión de los afectos. Por otro lado, está el encierro por represión, por el control de las apariencias y por el aniquilamiento de las emociones. Autor: Fernando Banzi